lunes, 18 de agosto de 2014

La Mujer de 7 y 47

No se si la vieron.
Todos los días del año Ella se sienta en la misma esquina. Llega a eso de las ocho de la mañana y se va a eso de las diez de la noche; puntualmente, como si observar a las gentes, los autos y los colectivos que pasan a toda hora por la avenida 7 fuese su trabajo.
Los simplificadores  ánimos clasificatorios encontrarían una categoría perfecta para ella: es una mendiga.
Pero no, a la mujer de 7 y 47 nunca le vi pedir una moneda a nadie. Un par de veces la vi hablando con otras mujeres, vaya a saber de qué.
A juzgar por sus arrugas, no parece una mujer sufrida. Debe andar por los cuarenta y tantos años, pero no los aparenta.
En alguna ocasión crucé la mirada con Ella. Mira sin reproche ni apuro, con tranquilidad.
A veces, cuando la veo desde el colectivo, se me da por pensar que nos conoce a todos los que pasamos por esa esquina, que es lo mismo que decir que conoce a toda la ciudad.
Haga frío o calor, siempre viste la misma campera de invierno.
A veces se mira en un espejito que saca del bolsillo, se peina las cejas y lo vuelve a guardar.
A veces se queda dormida, arrullada por el ruido de la avenida.
Siempre está rodeada por su equipaje: cuatro o cinco bolsas de supermercado llenas no se de qué.
La he visto hacer noche en un Banco Provincia que está a la vuelta del lugar desde donde ve pasar la vida.
Siempre duerme sentada, con las manos cruzadas sobre su regazo.

Quién sabe dónde va los días de lluvia. Yo nunca quise preguntarle.