No se si la vieron.
Todos los días del año Ella se sienta en
la misma esquina. Llega a eso de las ocho de la mañana y se va a eso de las
diez de la noche; puntualmente, como si observar a las gentes, los autos y los
colectivos que pasan a toda hora por la avenida 7 fuese su trabajo.
Los simplificadores ánimos clasificatorios encontrarían una
categoría perfecta para ella: es una mendiga.
Pero no, a la mujer de 7 y 47 nunca le
vi pedir una moneda a nadie. Un par de veces la vi hablando con otras mujeres,
vaya a saber de qué.
A juzgar por sus arrugas, no parece una
mujer sufrida. Debe andar por los cuarenta y tantos años, pero no los aparenta.
En alguna ocasión crucé la mirada con
Ella. Mira sin reproche ni apuro, con tranquilidad.
A veces, cuando la veo desde el
colectivo, se me da por pensar que nos conoce a todos los que pasamos por esa
esquina, que es lo mismo que decir que conoce a toda la ciudad.
Haga frío o calor, siempre viste la
misma campera de invierno.
A veces se mira en un espejito que saca
del bolsillo, se peina las cejas y lo vuelve a guardar.
A veces se queda dormida, arrullada por
el ruido de la avenida.
Siempre está rodeada por su equipaje:
cuatro o cinco bolsas de supermercado llenas no se de qué.
La he visto hacer noche en un Banco
Provincia que está a la vuelta del lugar desde donde ve pasar la vida.
Siempre duerme sentada, con las manos
cruzadas sobre su regazo.
Quién sabe dónde va los días de lluvia. Yo
nunca quise preguntarle.